Arte o pornografía
Probablemente, si alguien se pasea por la calle completamente desnudo mostrando sus genitales será conminado por las fuerzas del orden a vestirse y hasta será sancionado por ello. También es posible que lo haga frente a un monumento o fachada que contenga elementos escultóricos mostrando así mismo idénticos genitales a los suyos. Se preguntará uno entonces: ¿Por qué se condena una cosa y se tolera la otra? Pues debe ser porque una cosa es Arte y la otra no.
Si el arte supone en cierta medida una suspensión temporal de la consciencia, si aceptando las reglas del juego nos vemos avocados a una inmersión ilusionista, a un dejarse engañar, porqué no admitir que es el arte asimismo una invitación a establecer un paréntesis de los principios morales en aras de una idea más elevada, más pura, desmaterializada y limpia de toda sospecha o para ser francos, la excusa perfecta donde refugiarse en un espacio de libertad y tolerancia.
¿Pero qué es aquello que nos impide sincerarnos, actuar sin complejos y dejarnos guiar por los instintos primarios naturales? Mucho se ha escrito sobre moral, religión y principios cívicos. Todo lo que se circunscribe a ello se contrapone al caos umbroso de la Naturaleza, al ámbito monstruoso de lo animal, a ese disolvente contumaz de la razón, eje indiscutible de la naturaleza humana. Nuestra razón y nuestra lógica es aquella que adiestra a los niños en la anatomía completa, costumbres y apareamiento del mundo animal y la escamotea y suprime cuando se trata de nuestra misma especie.
En el mito fundacional de nuestra cultura, en el Jardín del Paraíso, Adán y Eva tras violar la prohibición expresa de comer del Árbol del bien y del mal, sintieron por vez primera vergüenza de su desnudez, fueron conscientes de ella. Y no deja de ser paradójico que la representación del desnudo desde los tiempos primigenios aparece en obras de contenido sagrado o religioso. De hecho en la antigüedad no hay disociación entre arte y religión. El soporte mismo de la religión era la obra de arte. El carácter devocional de algunas obras de arte, deidades heroicas, símbolos de fertilidad, etc, sublima y rescata a la figura humana de su miseria biológica, de su fisiología y su decadencia.
Ahora bien, ¿Qué se admite en el desnudo, cuándo es sólo erotismo, ese limbo idiota que no se atreve a traspasar la decencia y, cuándo es pornografía, es decir, para consumo mecánico onanista? ¿Cuál es intención emboscada en un desnudo artístico? ¿Es la de provocar deseo, perturbar o derribar miedos o prejuicios? ¿Se configura lo sucio o sensual sólo en la mente del que lo observa o cuenta con la complicidad del artista? ¿Son los temas de tipo mitológicos o religiosos en la historia del arte una excusa para abordar escenas sensuales o eróticas? Pudiéramos constatar que temas sin ningún interés bíblico o catequista como Susana y los viejos, las magdalenas penitentes, los sansebastianes o la legión de mártires corpulentos como bodybuilders que se retuercen no se sabe si de dolor o placer... son asuntos recurrentes que sirven claramente de pretexto para excitar a parroquianos de ambos sexos como única vía de escape de una sexualidad reprimida.
La pintura de género mitológico revive en el Renacimiento en los círculos privados de los poderosos marcando distancia con el poder omnímodo de la iglesia. El poder político y económico se cimenta y ejemplifica con la apertura moral cuando no disoluta de las familias de la nobleza, gobernantes y príncipes, marcando terreno frente a la censura enfermiza del clero. Cuando se trata de representar la antigüedad grecolatina, es siempre tórrido y eterno verano pues todo el mundo se pasea ligero de ropa cuando no enteramente desnudo y haciendo gala de su impudor nos recuerdan a todos que ellos se hallan en una esfera ajena e inalcanzable a la nuestra. El escenario preferido es la soñada Arcadia, la edad de oro de la inocencia previa al mundo reglamentado, mercantilista y funcional de hoy. Es la añoranza de un mundo sin reglas, sujeto sólo a las pulsiones más primarias e inmediatas. Inútil y estúpido será hoy juzgar con la ética del momento los mensajes y actitudes del pasado. Son fábulas, fantasías, calentones propios del ser humano, de los que nadie está libre. Son la celebración gozosa de la condición humana, en toda su grandeza, belleza y miseria.
Si bien, la Iglesia, tampoco se privó del goce de la carne; en la Capilla Sixtina, en el corazón vaticano, es el Juicio Final, una orgía multitudinaria, los querubines de Murillo, un festín para pederastas, el éxtasis de Santa Teresa, la perfecta representación del orgasmo, la pasión de Cristo o las imágenes de mártires, una suerte de sublimación de pulsiones sadomasoquistas y los relicarios, perfectas cristalizaciones de fetichismos varios.
Los ceñudos moralistas, meapilas, reprimidos e inquisidores de nuevo cuño que equiparan pornografía con conducta animal, a buen seguro no caen que es propio del mundo animal copular por un instinto ciego dirigido exclusivamente a la reproducción. No es así en los humanos, que crearon la pornografía y el erotismo y que a la hora del apareamiento en lo último que piensan es en la multiplicación de la especie.
Pedro Mora Frutos,
Berlín 9/3/2021